venres, 20 de marzo de 2020

Reflexión de Sandra...

Acostumbrados al contacto social, a la libertad de salir de casa cuando quieras, a hacer mil y una actividades por el mundo adelante… de repente la vida se para y te toca quedar en casa, sin poder salir, al menos quince días. El coronavirus nos está haciendo valorar lo mucho que necesitamos a las personas, la naturaleza y la libertad de poder salir a nuestro aire. 

Esta experiencia, que para la inmensa mayoría de la gente es novedosa, nos ha pasado antes a todos los que un buen día nos han dicho:

"Tienes cáncer, te tenemos que ingresar y asilar durante un tiempo en el hospital".

De repente, tu vida se para, pones el modo pausa y te sientas a pensar. Por delante te quedan unos cuántos días, nunca sabes cuántos; días y noches en los que no podrás salir de una habitación de diez metros cuadrados.
Cuando algo así sucede, sea un ingreso en el hospital o sea el confinamiento en casa, tu vida se paraliza . Todos los planes que tenías por delante se tienen que cancelar o, con suerte, aplazar. Todas tus rutinas se cambian por unas nuevas. Todo aquello que hacías a diario pasa a ser diferente.

Pero yo soy de las que piensa que hay que ver la parte positiva de todo lo malo que nos sucede. Porque sí, es complicado recibir una noticia así, es difícil asimilarla, nos cuesta hacernos a la idea de que realmente es así, cuando preferiríamos pensar que estamos viviendo una pesadilla. Pero todo
lo malo tiene su parte buena.

Estar sola o solo durante un tiempo te permite conectar contigo mismo, descubrir cosas de ti que no sabías, aprender a estar en soledad, a pensar Y también nos permite hacer todo aquello que  llevábamos mucho tiempo posponiendo: leer aquel libro que te regaló tu padre, escuchar la canción que te recomendó un amigo, ver la película pendiente o probar a cocinar la receta que un día te contó un día la abuela.

Nos quejamos de no tener tiempo para hacer lo que queremos porque el trabajo, los estudios, el gimnasio, las tareas de la casa… nos ocupan la vida. Y ahora que tenemos todo el tiempo libre, para nosotros, para nuestras cosas, parece que se nos viene el mundo encima y no sabemos qué hacer con nuestra nueva libertad, y nos sentimos vacíos.

Somos animales de costumbres, y cuando nos sacan de la rutina diaria, nos encontramos perdidos, sin saber adónde ir o qué hacer. Pero una vez nos situamos y tomamos conciencia de la situación debemos decidir cómo nos la tomamos, y para ello hay solo dos opciones: bien o mal.

Cada cual tiene el poder de decidir qué hacer ante una noticia tan desagradable como un cáncer, un confinamiento o la muerte de un familiar, por poner algunos ejemplos de los muchos que puede posibles. Por un lado, puedes escoger sentirte mal, quejarte, no aceptar la situación y estar enfadado, triste o con miedo; pero, por otro lado, puedes elegir ver la parte buena y quedarte con ella, exprimir la situación y encontrarle todos los puntos fuertes y positivos que puedes aprovechar para tu beneficio y crecimiento personal.
Después de varios ingresos largos en el hospital, sin poder salir de una pequeña habitación, con horarios estrictos, sin poder ver a mis amigos o familiares, con dolores y demás problemas,; sé que esto del confinamiento por el coronavirus es un granito de arena comparado con aquel montón de tierra que me casi me sepulta el día que me dieron la fatídica
noticia: “Tienes cáncer”.

Ahora, en mi casa, en mi habitación, con mis peluches y mis fotos, puedo ponerme los horarios a mi gusto; puedo moverme por toda la casa e incluso salir a la calle a tirar la basura o hacer la compra ―¡un lujo, cuando has pasado meses aislada en un hospital―; puedo hacer las comidas a mi
gusto, puedo organizar todas las tareas o actividades que quiera y cuando quiera (excepto salir);, en fin, puedo hacer prácticamente lo que quiera en el momento que quiera: leer, estudiar, ver series, escuchar música, dibujar, pensar, charlar, chatear, rechatear, cocinar, beber, compartir, escribir y otras
mil tareas maravillosas..
En el hospital aprendí a entretenerme con cualquier cosa, dejaba volar mi imaginación, me inventaba mis rutinas para no perder el día, me conocí más a mi misma y, sobre todo, aprendí mucho de aquella situación. Aprendí a valorar los abrazos, los paseos por la playa, las cañas en las terrazas o sentir la brisa en la cara.
Aquella experiencia me sirvió para crecer como persona, para valorar la vida y todo lo que nos regala cada día y para aprender a vivir de verdad.

Ante esta crisis que nos obliga a respetar una cuarentena responsable y preventiva, solo deseo que cualquier persona que pase por esta situación sea capaz de ver la parte positiva, de exprimirla y sacar de esta experiencia todo lo bueno que le pueda aportar, porque entonces sí ganará la batalla, ganaremos la guerra. 

Rendirse no es una opción.


Sandra Carrera

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