luns, 20 de abril de 2020

MAL DE MUCHOS, CONSUELO DE TONTOS

Llevamos todos más de un mes encerrados en casa. En mi caso sola y prácticamente sin salir ni a la compra, para extremar las precauciones. Es una realidad conocida para mí, seguro que para alguno de vosotros también, pero que al mismo tiempo, enseguida se nos olvida cuando tenemos la suerte de poder volver, al menos, a una mínima rutina anterior. 

Yo lo he vivido, o mejor dicho, lo he sufrido, varias veces, quizás la más importante me traslada a los cien primeros días posteriores al alotrasplante, situación en la que cualquier nimiedad puede desestabilizar ese cuerpo tan castigado. Si soy sincera, lo había olvidado, esa es la verdad, o al menos, lo había dulcificado . Ya no recordaba de una forma tan potente esta sensación de vulnerabilidad.


La distinción de aquellos momentos con los que estamos viviendo ahora es que la historia se ha complicado de un modo exagerado. Los pacientes hematológicos somos sujetos vulnerables a esta nueva pandemia, pero ya no somos los únicos. De la noche a la mañana, muchos de nuestros seres queridos, personas próximas, familiares y amigos se han convertido irremediablemente también en las dianas perfectas para que el nuevo virus haga de las suyas.


Siempre que había estado confinada en mi casa, la situación era muy distinta, porque aunque yo no estuviese en mi mejor momento, fuera la vida seguía, el mundo continuaba, y solo tenía que reengancharme cuando me sintiese con fuerzas. Ahora, todo se ha paralizado, mientras esperamos esperanzados a que la cosa mejore, pero con cierto miedo e incertidumbre porque desconocemos qué nos espera

La sensación es muy rara. Ver como un objeto tan cotidiano para ti: una mascarilla, tan ajeno para el resto, se convierte de repente en algo indispensable para poder sobrevivir, y parece que pronto, en un salvoconducto para poder salir a la calle. Siempre he llevado en mis distintos bolsos mascarillas y un bote de solución hidroalcohólica, que he usado con cierta vergüenza, cuando me encontraba en ambientes que desconocían mi situación médica. Se ha dado la vuelta a la tortilla, y ahora lo raro se ha convertido en no usar ambos objetos, pero que ya no sienta vergüenza, no me reconforta. En absoluto.

Hace tres semanas acudí a mi cita médica a recibir mi tratamiento. Fue extraño ver el hospital tan vacío y recorrer la planta, ver a tu médica y al resto del personal de nuevo tan tapados, como cuando te encuentras en un ingreso de aislamiento. Un ejército de mascarillas y gel, todos más cuidadosos que nunca, quizás incluso más humanos. Estando allí me invadió una sensación, quizás subjetiva, de cierto miedo, de cierta incertidumbre, algo que mi mascarilla no logró filtrar.

Han ido pasando las semanas, y confío en que mi próxima visita será mejor, más normalizada, porque parece que al fin, podemos ver la luz al final del túnel.

JUNTOS TERMINAREMOS CON ESTE VIRUS.

Elena Velasco


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