Llevamos todos más de un mes encerrados en casa. En mi caso sola y prácticamente sin
salir ni a la compra, para extremar las precauciones. Es una realidad conocida para mí,
seguro que para alguno de vosotros también, pero que al mismo tiempo, enseguida se nos
olvida cuando tenemos la suerte de poder volver, al menos, a una mínima rutina anterior.
Yo lo he vivido, o mejor dicho, lo he sufrido, varias veces, quizás la más importante me
traslada a los cien primeros días posteriores al alotrasplante, situación en la que cualquier
nimiedad puede desestabilizar ese cuerpo tan castigado. Si soy sincera, lo había olvidado,
esa es la verdad, o al menos, lo había dulcificado . Ya no recordaba de una forma tan
potente esta sensación de vulnerabilidad.
La distinción de aquellos momentos con los que estamos viviendo ahora es que la historia
se ha complicado de un modo exagerado. Los pacientes hematológicos somos sujetos
vulnerables a esta nueva pandemia, pero ya no somos los únicos. De la noche a la
mañana, muchos de nuestros seres queridos, personas próximas, familiares y amigos se
han convertido irremediablemente también en las dianas perfectas para que el nuevo
virus haga de las suyas.
Siempre que había estado confinada en mi casa, la situación era muy distinta, porque
aunque yo no estuviese en mi mejor momento, fuera la vida seguía, el mundo continuaba,
y solo tenía que reengancharme cuando me sintiese con fuerzas. Ahora, todo se ha
paralizado, mientras esperamos esperanzados a que la cosa mejore, pero con cierto miedo
e incertidumbre porque desconocemos qué nos espera
La sensación es muy rara. Ver como un objeto tan cotidiano para ti: una mascarilla, tan
ajeno para el resto, se convierte de repente en algo indispensable para poder sobrevivir, y
parece que pronto, en un salvoconducto para poder salir a la calle. Siempre he llevado en
mis distintos bolsos mascarillas y un bote de solución hidroalcohólica, que he usado con
cierta vergüenza, cuando me encontraba en ambientes que desconocían mi situación
médica. Se ha dado la vuelta a la tortilla, y ahora lo raro se ha convertido en no usar
ambos objetos, pero que ya no sienta vergüenza, no me reconforta. En absoluto.
Hace tres semanas acudí a mi cita médica a recibir mi tratamiento. Fue extraño ver el
hospital tan vacío y recorrer la planta, ver a tu médica y al resto del personal de nuevo tan
tapados, como cuando te encuentras en un ingreso de aislamiento. Un ejército de
mascarillas y gel, todos más cuidadosos que nunca, quizás incluso más humanos. Estando
allí me invadió una sensación, quizás subjetiva, de cierto miedo, de cierta incertidumbre,
algo que mi mascarilla no logró filtrar.
Han ido pasando las semanas, y confío en que mi próxima visita será mejor, más normalizada, porque parece que al fin, podemos ver la luz al final del túnel.
JUNTOS TERMINAREMOS CON ESTE VIRUS.
Elena Velasco
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